Dónde localizamos las “buenas nuevas” de Jesucristo? Las encontramos en la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura, anunciándonos el “día de la salvación”. (2 Cor 6: 2) Estamos agradecidos por los sacramentos que llevan la vida divina al alma y nos hacen ciudadanos del Reino de Dios. Nos esforzamos por alcanzar la fe, la esperanza y la caridad, que nos ayudan a parecernos más a Cristo. Miramos hacia la Cruz por la luz y la fuerza que nos ofrece en sacrificio y sufrimiento. Incluso el ser-dar de la virtud de la humildad, tan desafiante como es, nos atrae, aunque sólo sea porque la admiramos en otros. Pero ¿qué pasa con la castidad? ¿Puedo decir con convicción que creo que la castidad es parte de las buenas nuevas del Evangelio? ¿Estoy comprometido a crecer en esta virtud humana de igual manera de como estoy comprometido a crecer en las virtudes teológicas y en los otros aspectos de la vida cristiana?
Quizás subestimamos la castidad porque no la comprendemos. Pueda que esta palabra sólo me sugiera algo negativo para mí, es decir, lo que no estoy haciendo. Podríamos pensar en la castidad sólo en términos de templanza -controlando el deseo de satisfacción sexual—en vez de en términos de relaciones. En otras palabras, la castidad está también relacionada con la justicia, la virtud que nos pide entregar a otros lo debido. En términos más claros, un corazón casto se acerca hacia otros como personas, con dignidad inherente y no solamente como posibles parejas sexuales. Recordemos cómo Jesús elevo los estándares para nosotros en todas las relaciones humanas, al reformular la segunda parte del Gran Mandamiento: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13:34). Jesús se acerca a todos con reverencia y llama sobre nosotros a hacer lo mismo.
La castidad no es sólo una virtud, sino también uno de los consejos evangélicos, junto con la pobreza y la obediencia. El Catecismo dice que los consejos evangélicos son “inseparables de los Mandamientos” (párrafo 1973), porque Cristo los propone “en su gran variedad a cada discípulo”. (par 915) Jesús vivió una vida pobre, casta y obediente. Debido a nuestro Bautismo, nos hemos “puesto Cristo”, como San Pablo escribió (Gál 3:27), y así tomamos a Jesús como nuestro modelo en todo, cada uno según su estado de vida. Por lo tanto, no debemos pensar en los consejos evangélicos sólo como renuncias o sacrificios, que, por supuesto, son. Ellos también son participaciones en la vida de Cristo—las virtudes donde podemos encontrarlo—porque los consejos forman parte de la Nueva Ley de amor al Espíritu Santo. (Cf. Rom 5: 5 y Catecismo de La Iglesia Católica 1966 y 1973)
Esto significa que, para los cristianos, la castidad también está directamente relacionada con la caridad, “por la cual amamos a Dios por encima de todas las cosas por su propio bien y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por el amor a Dios” (Catecismo 1822). Dicho en términos negativos, fracasar en la castidad es fracasar en la caridad. Pero dicho positivamente, crecer en castidad por el amor de Dios es crecer en la perfección a la que nos invita la Nueva Ley de amor. La búsqueda de la perfección por el amor de Dios es la santidad, la vocación de todos los discípulos.
Hay otro aspecto de la castidad que debemos considerar aquí, porque la Nueva Ley de amor es también la “ley de la libertad”. (Catecismo 1972) Esta no es una libertad que da reino libre a la carne, como San Pablo le dijo a los Gálatas, sino una libertad que es desinteresada de sí misma y dadivosa. (5: 113) El Catecismo indica que “la castidad incluye un aprendizaje en el autodominio, cual es un entrenamiento en libertad humana.” (Catecismo 2339) Siendo franco, o yo controlo mis pasiones, o mis pasiones me controlan a mí. “Por la libertad Cristo nos ha liberado”, escribe San Pablo. (Gál 5: 1) El logro de esta libertad puede ser una “obra larga y exigente”. (Catecismo 2342) La castidad es una virtud moral que requiere resolución y perseverancia. Pero es también una gracia por la cual oramos, “un fruto de esfuerzo espiritual”. (Catecismo 2345) El fruto de este esfuerzo y de la gracia de Dios es paz y la facilidad que proviene del autodominio y la guía del Espíritu Santo.
Para aclarar: la castidad matrimonial y la castidad de los solteros son diferentes expresiones de la misma virtud: la castidad conyugal para los casados; continencia para los solteros. La continencia es fácil de entender; significa que no hay actividad sexual genital. Dios reserva el don de la intimidad sexual al pacto matrimonial. La castidad conyugal respeta el doble diseño del amor sexual: el esposo y la esposa que forman “una sola carne” (Gén 2:24, Mt 19: 5), y el potencial procreador de la facultad sexual. (Gén 1:28).
La anticoncepción y la esterilización alteran gravemente ambos aspectos del diseño de Dios para los cónyuges, impidiendo el don total de sí mismo (nuestra fertilidad) y tratando de separar el sexo de los bebés. La anticoncepción y la esterilización pueden aparentar que ofrecen un tipo de libertad. Pero en realidad, estos hirien a la pareja casada en su capacidad para la caridad, la libertad, igual que a su capacidad de tener corazones puros y castos, porque enflaquecen el amor casado cuyo es marcado por la naturaleza humana y por el plan de Dios. La Iglesia trata de proteger a los esposos de contradecir “la naturaleza tanto del hombre y de la mujer y de su relación más íntima” y “el plan de Dios y su voluntad,” rechazando todo lo que hace imposible la procreación. (Humanae Vitae, 13 y 14)
La Planificación Familiar Natural (Natural Family Planning, en Ingles), por otra parte, cuando no se utiliza con una voluntad egoísta, respeta no sólo el diseño de la intimidad y el amor humano, sino que también la dignidad de la persona. Como resultado, fomenta la castidad, la libertad, la paz, la generosidad y la pureza de corazón, y la caridad. Ciertamente, la práctica fiel del Natural Family Planning exige autodisciplina, ternura y paciencia. Pero el fruto del casto amor marital es la reverencia por el otro y por el misterio del poder creador de Dios en el que participan los cónyuges. Los frutos de esta reverencia son la gratitud por los generosos dones de Dios, y la alegría dada por el Espíritu Santo. Y eso es muy buenas noticias.