Allí estaba de nuevo, en aquel confesionario enmohecido y poco iluminado. Tenía entonces veintitrés años e intentaba trazar un rumbo hacia la felicidad, y la confesión se había convertido en una especie de brújula que me mantenía fijo en Dios a lo largo del sinuoso camino de mi vida. Sin embargo, había sido un proceso doloroso, sobre todo porque me sentía tan bien con la confesión como con la brújula, es decir, sin esperanza. Llevaba años confesándome una vez al mes, confesando las mismas cosas una y otra vez, y aunque podía señalar el norte espiritual, mi vida espiritual siempre parecía ir hacia el sur. No había renunciado a la confesión -todavía no lo he hecho-, pero el consejo que recibí aquel día acabaría por facilitarme el camino de la santidad.
“Tienes que pensar en San José”, me dijo mi confesor, después de haber enumerado mis pecados. “Él sería el modelo perfecto para ti en este momento”. El consejo me sorprendió por un par de razones. En primer lugar, no sabía casi nada de San José. Y en segundo lugar, lo poco que sabía no tenía nada que ver con lo que acababa de confesar (o eso creía). Salí del confesionario desconcertado pero intrigado, decidido a averiguar de qué estaba hablando. Aquella confesión no fue la más trascendental de mi vida, pero gracias a aquellas palabras de aquel sacerdote, sí que fue un punto de inflexión. Me llevó a conocer mejor a San José y a descubrir el poderoso ejemplo y modelo que es para todo cristiano.
Mucha gente se imagina a San José como un accesorio de los primeros años de la vida de Cristo, o como un adorno de la historia de Navidad, no mucho más que la figurita de su nacimiento. Incluso algunos que llevan muchos años cultivando la vida cristiana simplemente han omitido conocer al humilde carpintero, el hombre invitado por Dios a acompañar y proteger a Jesús y María en aquellos primeros años en Nazaret. Tal vez lo hayan pasado por alto porque su espiritualidad es humilde y oculta. Pero si se fijaran más detenidamente, descubrirían una profunda visión de la vida cristiana, y un modelo para todo discípulo de Jesús.
El Papa Francisco también lo cree. El 8 de diciembre de 2020, para sorpresa de casi todo el mundo, nuestro Santo Padre declaró un Año de San José para toda la Iglesia, una oportunidad para que los cristianos de todo el mundo observen con más atención al esposo de María. De hecho, hay varias razones por las que el Papa Francisco decidió proclamar este año cuando lo hizo. Por un lado, en el 8 de diciembre de 2020 se cumplió el 150 aniversario de la declaración de San José como Patrón de la Iglesia Universal. Por otro, el Papa Francisco reconoce la oscuridad que envuelve al mundo y a la Iglesia en las tinieblas de una pandemia global, y nos invita a recurrir a San José para que nos guíe en estos tiempos confusos y tumultuosos. Pero hay otra razón que ofrece el Papa Francisco, una razón que creo que es quizás la más significativa en su alcance: “Nuestro mundo actual necesita padres”, escribió, y por eso decidió declarar el Año de San José para ofrecer a San José como modelo de padres a un mundo que necesita desesperadamente una renovación de la auténtica paternidad.
¿Cómo puede San José ser un ejemplo para los padres de hoy? Me vienen a la mente tres puntos concretos de reflexión. En primer lugar, en San José vemos a un hombre abierto a la vida. Aunque no anticipó la milagrosa e inesperada noticia de la Encarnación, una vez que comprendió que su vocación era efectivamente acoger a María y a Jesús en su casa, no sólo estuvo abierto a esta posibilidad, sino que la abrazó por completo. En cambio, demasiados padres de nuestros días han abrazado una mentalidad anticonceptiva, una visión desastrosa del mundo, que pretende que ellos puedan decidir cuándo se puede aceptar la vida y cuándo se puede rechazar. Vemos en San José una apertura a la vida que está en total armonía con su auténtico afecto por su amada esposa, María.
En segundo lugar, vemos en San José a un hombre dispuesto a someter sus propios planes y su propio futuro a la voluntad de Dios y a las responsabilidades de su propia vocación. En lugar de exigir la felicidad en sus términos, encontró la felicidad en el servicio al Señor, en el cuidado de nuestra bendita madre y en hacer siempre de Jesús el centro de su familia. Los padres virtuosos descubren que dar prioridad a la voluntad de Dios y a las exigencias de su vocación conduce a una felicidad y a una plenitud aún mayores, como demuestra el propio San José.
Y en tercer lugar, en San José vemos a un hombre dispuesto a liderar, pero también a dar toda la atención y la gloria a Jesús y a María. A menudo, la tentación en nuestros días es encontrar la felicidad en ser validado por los demás, en ser reconocido por nuestros logros, en ser notado por nuestra virtud. Al igual que San José se contentó con dirigir toda la atención a María y a Jesús, los padres de hoy sólo encontrarán la plenitud de la alegría en su vocación cuando lo hagan por motivos totalmente desinteresados, por el bien de su esposa y de sus hijos, y dando toda la gloria a Dios.
Al declarar este Año especial de San José, el Papa Francisco entiende bien que la paternidad está en gran crisis en nuestros días. Sin embargo, también ve que San José ofrece el modelo perfecto para que los hombres de nuestro tiempo vivan con mayor fidelidad su vocación a la paternidad. Aunque a primera vista podríamos pensar que San José tiene poco que enseñarnos sobre nuestras propias vocaciones, con una cuidadosa reflexión empezamos a ver lo apropiado que es que nos fijemos ahora en él durante este Año de San José. Acudamos a José y aprendamos de él la belleza y el oficio de lo que significa ser un verdadero padre.