El 8 de marzo de 2017 fui a trabajar como siempre. Fue un día muy típico hasta casi el final de mi turno. Me preparaba para el último paciente de ese día cuando repentinamente me di cuenta que algo estaba terriblemente mal. Confundida, y sin sentir dolor o síntomas, corrí al baño y confirmé que estaba perdiendo una enorme cantidad de sangre—rápidamente. Traté de tranquilizarme, fiché mi salida, y manejé hasta el hospital.
El personal del hospital vio cuánta sangre estaba perdiendo y me internaron inmediatamente. Uno de los primeros formularios que firmé fue un consentimiento para recibir una transfusión de sangre. Le expliqué al médico que aunque estaba perdiendo mucha sangre, me sentía completamente normal, sin dolor, mareos, etc. El médico tomó algunas muestras de sangre y salió del cuarto. Llamé a mi esposo por teléfono y calmadamente le expliqué dónde estaba. En ese momento, mi esposo se encontraba en el campo. Para cuando llegó mi esposo, el médico ya tenía los resultados de mis pruebas. “Kate, parece ser que estás sufriendo un aborto espontáneo” dijo suavemente con una expresión de pena en su rostro. Sabía que se dirigía a mí, pero estaba tan conmocionada que sentía como que hablaba con alguien más. Le dije: “Sé que me está dando noticias difíciles de comunicar, ¡gracias!” Me volví hacia mi esposo, cubrí mis ojos con mis manos, y sentí como fluían mis lágrimas tibias, mojando mi cabello. Mi médico ordenó un ultrasonido. Me llevaron en silla de ruedas al piso donde tenían el equipo. Cuando trataba de trasladarme a la camilla para el ultrasonido, terminé desmayándome por la pérdida de sangre. Cuando por fin lograron obtener las imágenes que necesitaban, el médico en turno me explicó que esperaba mellizos. El ritmo cardiaco de mis bebés estaba a la mitad de lo que debería ser, y que era muy probable de que espontáneamente abortara a ambos. Escuché al médico y dije: “Permítame aclararle. Si existe un latido de corazón, por muy débil que éste sea, no me toque”. El médico me contestó: “Comprendo la importancia de la vida y nunca haría eso”.
Pasé la noche en el hospital. Mientras asía mi escapulario, una enfermera me preguntó si quería que el diácono que visitaba a los enfermos, viniera a orar conmigo. En mi pequeño cuarto, oramos el diácono, la enfermera y yo. Terminé necesitando una dilatación y legrado cinco días después, cuando ya no se detectaban los latidos del corazón de mis bebés.
Cuando reflexiono en esa experiencia, recuerdo cuántas veces vi a Dios en esa tragedia. No sentí dolor físico en ningún momento y el médico en turno esa noche era un hombre cristiano que oró conmigo y me aceptó como paciente cuando quedé embarazada dos años después (en ese tiempo él ya no estaba aceptando pacientes nuevas). Luz es el nombre de la enfermera que vio mi escapulario y oró conmigo y con el diácono esa noche. Me encontré con ella, en misa, un mes más tarde y le dije que su nombre le venía muy bien. Ella fue una luz para mí en un momento oscuro, y me sentía tan agradecida con ella. Un año después de haber sufrido mi aborto espontáneo, me encontraba en misa en Auburn en el Día de las Madres. El sacerdote pidió que todas las mamás se pusieran de pie para recibir una bendición especial. Al principio, permanecí sentada, pero luego caí en cuenta que aunque perdí a los mellizos, siempre sería su mamá. Ellos forman parte de nuestra historia familiar, y siempre serán parte de nosotros.
Mi esposo y yo luchamos con la infertilidad por los siguientes dos años, después del aborto espontáneo. Mi fe fue probada. Me enojaba, entristecía y más que nunca, me preguntaba por qué. En la mañana del 18 de febrero de 2019, conducía al trabajo y dije en voz alta: “Dios, dejo esto en tus manos”. Ayuné ese día y al atardecer, me hice una prueba de embarazo (como lo solía hacer de vez en cuando), esperando que el resultado fuera negativo como todos los demás. Cuando recuerdo mi reacción a la prueba positiva, aún siento deseos de llorar de alegría. Dios nos bendijo con un hermoso hijo. Al ver a mi hijo crecer, a menudo me pregunto cómo hubieran sido los mellizos. Confío en que algún día lo sabré.