Debido a que mi esposa Stacey y yo hemos tratado de permanecer abiertos a la voluntad de Dios en nuestras vidas, respecto a los hijos, hemos practicado la Planificación Familiar Natural (PFN) en nuestro matrimonio de más de veinte años. Hemos recibido excelentes enseñanzas, consejos y estímulo de Sheila St. John en persona, además de apoyo médico indispensable del Instituto para el Estudio de la Reproducción Humana de San Pablo VI. Nos hemos beneficiado de los conocimientos de muchas otras personas, a través de los libros, artículos y presentaciones grabadas. No es sorprendente que la gran mayoría de estos recursos vienen de católicos romanos. Aunque agradecemos sinceramente todo lo aprendido del mundo católico, como cristianos evangélicos,* a menudo nos hemos preguntado por qué es que tan pocos evangélicos consideran la PFN, o algo por lo menos similar, y parecen utilizar métodos anticonceptivos o se someten a procesos para esterilizarse, de la misma forma que lo hacen sus vecinos, no religiosos.
Esta es realmente una cuestión muy compleja, sobre la cual se han escrito libros académicos. Para quienes les interese, Allan Carlson, un distinguido y respetado erudito protestante, ha escrito ampliamente sobre la historia de las creencias de los cristianos evangélicos y protestantes estadounidenses en relación a la anticoncepción, esterilización y natalidad. Un examen rápido de la historia cristiana demuestra que prácticamente todos los cristianos, desde los católicos romanos hasta las diversas denominaciones protestantes que surgieron de la Reforma del siglo XVI, hasta las denominaciones cristianas que se establecieron después, estuvieron de acuerdo en que la contracepción (así como el aborto) era inmoral y un incumplimiento del plan de Dios para la vida matrimonial. Para mencionar a los dos pensadores protestantes más influyentes, Lutero y Calvino, ambos tomaron muy en serio las escrituras en Génesis 1,28: “sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra”. Irónicamente, así como la contracepción y la esterilización se dan por sentadas hoy, entre la mayoría de cristianos, protestantes y cristianos evangélicos, se daba por sentado, en el pasado, que el estar abierto a una familia numerosa era un aspecto importante, si no fundamental, de la vida cristiana comprometida. Los católicos, protestantes y ortodoxos pudieron discrepar sobre cualquier cantidad de asuntos teológicos, pero estaban de acuerdo en que el matrimonio y la procreación fueron creados y gobernados por Dios, y que la contracepción y la mentalidad contraceptiva eran una forma de desobediencia al mandato de Dios.
Después de algunos siglos, desde el nacimiento de la iglesia hasta principios del siglo XX, esta unanimidad se derrumbó. Aunque estos cambios tan profundos en las creencias no ocurren repentinamente, parece ser que ocurrieron relativamente rápido y contundentemente. La secularización—la influencia de las ideas no cristianas—fue, no sorprendentemente, un factor clave, como lo fue el cambio científico y tecnológico. Los intelectuales protestantes de los siglos 19 y 20, incluyendo a muchos de los miembros del clero, estaban cada vez más abiertos a las ideas en contra del aumento en población y la concepción, provenientes de los pensadores seglares. En 1930, en la Conferencia de Lambeth, de los líderes anglicanos en Inglaterra, los obispos votaron a favor de permitir la contracepción en el matrimonio, en ciertas circunstancias específicas y limitadas. Allan Carlson cree que los pastores protestantes, de forma particular, rechazaron las enseñanzas de sus propias iglesias sobre la procreación y la regulación de la natalidad y que empezaron a limitar el tamaño de su familia antes de que se promoviera oficialmente algún cambio en la contracepción. No es difícil imaginar la rápida propagación de la contracepción y la mentalidad contraceptiva, dado que empezó principalmente con muchos de los líderes y pastores de las iglesias protestantes. Aproximadamente para mediados del siglo 20, muchos protestantes habían abandonado el consenso cristiano de los casi dos mil años pasados y practicaban la contracepción y la esterilización. Lo extremadamente revelador para el mundo protestante y evangélico fue que hicieron este cambio, no por una nueva interpretación de la Biblia, la supuesta piedra angular del mundo protestante, sino debido a influencias externas y a la conveniencia. El desarrollo ulterior de la tecnología contraceptiva intensificó esta revolución en el pensamiento y en la práctica.
Hoy, a menos de cien años después de la Conferencia de Lambeth, celebrada en 1930, el tema de la moralidad de la contracepción y la esterilización, y lo que la fe cristiana opina sobre la procreación dentro del matrimonio, es esencialmente una cuestión insignificante para la mayoría de los cristianos protestantes y evangélicos. Aunque siempre hay excepciones interesantes y notables, la mayoría de los cristianos protestantes y evangélicos tratan la contracepción y esterilización como asuntos meramente personales y privados, tan privados que hasta Dios, aparentemente, no tiene opinión sobre el asunto. Nunca he oído un sermón o estudio de Biblia que trate el tema en más de 45 años de participar en diferentes iglesias, organizaciones misioneras, movimientos de renovación, retiros y grupos juveniles. Si un matrimonio le pregunta a su pastor sobre el tema, yo supondría que la mayoría de pastores, quienes tampoco han dado mucha consideración al tema y no conocen los antecedentes históricos, les dirían que la Biblia no prohíbe explícitamente la contracepción y la esterilización, entonces la decisión es estrictamente personal. No es sorprendente que los cristianos y evangélicos cristianos típicamente utilicen la contracepción y la esterilización con la frecuencia que la utilizan sus vecinos no religiosos, y que por lo tanto, tengan familias pequeñas, la prueba más definitiva de sus puntos de vista acerca de la procreación.
Existen dos factores que nos dan esperanza de que los cristianos protestantes y evangélicos por lo menos empezarán a considerar seriamente el designio de Dios para el matrimonio y la procreación. El primero es el movimiento pro-vida, el cual mina la ceguera de los protestantes en relación al tema. El movimiento pro-vida ha unido a los cristianos de muchas iglesias. Por consiguiente, los protestantes y evangélicos han estado expuestos a las corrientes teológicas de la Iglesia católica que no solamente ha identificado los males del aborto, sino relacionado el aborto con la contracepción. Los pensadores protestantes han leído y estudiado Humanae Vitae, mientras que en el movimiento pro-vida, los laicos protestantes dialogaron estos temas con sus amigos católicos. Al ir aumentando las pruebas médicas acerca del aspecto abortivo de la píldora anticonceptiva, algunos protestantes/evangélicos enfrentaron estos hechos honestamente y declararon que ningún cristiano podría utilizar la píldora con la conciencia tranquila, sabiendo esta información.
El segundo factor es que los cristianos evangélicos y protestantes comprometidos honestamente creen que deben someterse a la voluntad de Dios en todos los aspectos de sus vidas. Ellos consideran que la Biblia es la forma primordial en que Dios comunica su voluntad, y que ésta provee al creyente con todo lo que él/ella necesita para los asuntos relacionados a la fe y a la moral. En otras palabras, ellos sinceramente desean complacer a Dios y entienden que Él tiene guías y principios objetivos para cada aspecto de la vida, para dirigir al creyente hacia la santidad y virtud y protegerle del pecado y el mal. Ellos no piensan que Dios solamente tiene unas cuantas sugerencias generales sobre la vida, y que todo lo demás es personal, subjetivo e individualista. Los cristianos evangélicos que dan importancia a su fe, buscan en la teología bíblica las respuestas para saber cómo criar a sus hijos, cómo manejar sus finanzas, cómo ser un buen esposo(a), cómo vivir su fe en el trabajo o la escuela, cómo ayudar a los pobres, y para toda una variedad de temas. Ellos creen que Dios no solamente sabe más sobre todo, sino que él desea guiar a sus hijos en las formas concretas de cómo vivir la vida, un término más contemporáneo para este marco bíblico es una visión cristiana del mundo. El enseñar a los cristianos a entender y vivir sus vidas de acuerdo al designio de Dios, o a tener una visión cristiana del mundo es un concepto popular y poderoso en el cristianismo contemporáneo. Aquí radica un posible puente hacia una reconsideración fundamental de la ética sexual en relación a la maternidad.
Si a los cristianos evangélicos y protestantes se les cuestionara sobre si sus ideas y prácticas respecto a la procreación también deberían someterse a la voluntad de Dios y a Sus principios, por lo menos se podría sacar este tema de su escondite, al ámbito del diálogo y reflexión profunda, por supuesto que no estoy argumentando que este cambio de pensamiento ocurriría fácilmente. La propia historia de cómo los protestantes han abandonado la ética sexual cristiana tradicional demuestra lo fácil que resulta excluir los ideales cristianos de un aspecto particular de la vida de uno. Mi punto, más bien, es que muchos protestantes y evangélicos, aunque no les interese o incluso sean enemigos de otras ideas sobre la procreación, tendrían que considerar un cuestionamiento razonable sobre si ellos están entregando todo lo relacionado a sus vidas al señorío de Cristo. Un aspecto fundamental del discipulado cristiano es analizarse uno constantemente con esta pregunta. Está en el ADN del protestante, por decirlo así. Ya sea que este cuestionamiento venga de los pastores y líderes laicos o que Dios lo transmita directamente a las conciencias de los cristianos, la invitación a invitar a Dios al dormitorio familiar, como mínimo, debería abocar a tomar la procreación en serio. Serían cosa del pasado los días en que se suponía que este tema esencialmente era algo que no incumbe a Dios.
Este paso podría parecer modesto, pero yo considero que es la parte más importante del diálogo, un diálogo que sería complejo y engorroso, y que probablemente generaría bastante controversi